Últimamente, solo pienso en ti y en tu ausencia. Me acuerdo de tu pelo castaño y despeinado que tenías cuando te levantabas y no te peinabas, y de esa arruga que te salía en la frente cuando me mirabas como si estuviera loca. Supongo que si me vuelven todos esos recuerdos es porque ya se acerca esa fecha..
20 de Enero. El día que te fuiste para no volver jamás y el día que empezó todo. Te me presentaste como Jack con una sonrisa de oreja a oreja cuando apenas teníamos 10 años. Te estabas escapando de tu padre furioso, así que te agarré la mano y nos fuimos corriendo. Te llevé al bosque que hay a las afueras de la ciudad. Estábamos cansados de correr y nos sentamos en un tronco que había por allí. Me preguntaste como me llamaba y estuvimos hablando toda la tarde. Me contaste que vivías cerca de la plaza mayor, y que ahora irías al mismo colegio que yo. A partir de ese día, cada domingo nos encontrábamos allí, en ese bosque, en ese tronco, a hablar sobre todo y nada. Hablábamos de nuestros futuros, como si tuviéramos una pista sobre él, pero nadie sabía que al final te perdería. Me contaste que tu madre estaba ingresada en el hospital, y que llevaba allí año y medio, y que tu padre pagaba su sufrimiento contigo. Cuando mis padres empezaron a gritarse entre ellos y a estar siempre de mal humor, te pregunté cómo podías estar siempre así de positivo y ser feliz, de no derrumbarte nunca. Me contaste tu secreto, y es algo que no olvidaré nunca; “En la vida, ya hay suficientes desgracias, personas que se van, oportunidades que no apreciamos, desamores, muertes… pero hay algo muy importante en esto, que solo hay una vida. Si no la aprovechamos, si lo único que hacemos es caer y permanecer en el suelo, no se vive. Hay que arriesgarse, arrepentirse, enamorarse, perdonar, querer y ser querido. Eso es vivir, de verdad”. Es de las cosas más bonitas que me han dicho nunca, y no lo he olvidado. Pasaron muchos años y las cosas no mejoraron; tu madre había muerto en una operación, y mis padres se había divorciado. Sin embargo, los domingos seguían siendo nuestros. Siempre teníamos algo sobre que hablar, o alguna historia que contar. Un martes por la tarde, me dijiste que ese domingo no podríamos vernos, y que lo sentía mucho. Al cabo de dos domingos no acudiste al bosque, y al cabo de tres tampoco. No tenía ninguna señal de vida tuya y en tu casa no estabas. Así que esperé en tu portal hasta que llegaste. Estabas pálido, más flaco y con una sonrisa que te había salido al verme, pero que detrás de esos dientes, solo se veía sufrimiento. Te pregunté mil veces que había pasado y me contaste algo que me derrumbó por completo; te habían estado sometiendo a pruebas y te diagnosticaron la misma enfermedad por la cual murió tu madre. Rompí a llorar y a gritar, hasta que me abrazaste y me dijiste que todo iría bien, que estaban encontrando un tratamiento, una cura. Entonces, sin querer lo solté. Solté ese “Te quiero” que me había estado consumiendo por dentro y que tanto temía soltarlo. Me arrepentí al instante de esas dos palabras y me fui corriendo. Pasaron semanas y no te vi más. Yo dejé de salir apenas de mi casa, y a estar siempre con ojeras, tristeza, y sufrimiento. El 20 de Enero por la tarde, llamaron a mi casa diciendo que acudiera al hospital tan rápido como pudiera. No hacía falta que me dijeran nada, porque yo sabía que eras tú quien estaba allí. Pregunté por tu cuarto y me dirigieron a la habitación número veinte. Las paredes perfectamente blancas y las sabanas verdes, me provocaban nauseas, pero me mantuve firme. Cuando te vi tumbado con mil cables encima, mi mundo se vino abajo en segundos. Estabas más pálido y delgado que la última vez, y tu voz se rompía. Mis sollozos eran lo único que se oía allí, hasta que tú me dijiste que habías escrito algo para mí, y me entregaste esa carta. Abrí la carta cuidadosamente, mientras tú me mirabas con esos ojos cansados, pero con esa sonrisa que también vi ese 20 de enero de hace tanto tiempo. En la carta me decías que no había cura para eso, y que no tardarías nada en morir. También ponía que nada de lo que estaba escrito allí, lo podía pronunciar con palabras, porque ya apenas le quedaba voz. Lo último que ponía en esa carta, era que él siempre me había querido como a nada en el mundo, y que nunca lo dejaría de hacer. Fui incapaz de hacer nada, solo sentía impotencia de no haber podido hacer nada todo ese tiempo, que esta vida habría sido mucho mejor si hubiéramos sido algo más que un tú y yo, que no había aprovechado esta vida. Pero al cabo de nada me di cuenta de algo, que sí habíamos sido algo, habíamos sido un nosotros. Nada de etiquetas, solo nosotros. Esa palabra, tenía nuestro propio significado, y eso me hizo ver, que al fin y al cabo sí que habíamos aprovechado nuestra vida, y más de lo que hubiéramos imaginado. Me senté a tu lado y te agarré la mano con fuerza. Quería huir y salir corriendo como hicimos hace tiempo, pero ahora ya no merecía la pena, ya no huíamos de nada. Cuando se fue para no volver jamás, no lloré, sonreí. Me sentí la persona más afortunada del mundo, porque sabía que había vivido más que cualquiera otra persona y que había conocido a alguien que me enseñó a vivir, a arriesgarse, a arrepentirse, a enamorarse, a perdonar, a querer y a ser querido. Me sentía la mujer más feliz del mundo, porque yo había conocido a Jack.
Meri, tusabe que amo esta. Sigue escribiendo, vagina, que eres muy genial.
ResponderEliminarshjkghkjdf te quieeeero<3
Eliminar